lunes, 9 de abril de 2012

Un trozo del adiós

Hace días que siento ardores en el pecho.

Te perdí en mitad de la tormenta más estúpida y vergonzosa que yo misma haya podido desatar jamás. No importa la lucha, porque era absurda.

El tiempo que ha pasado me permite llorarte ya, por fin.
Y dejar aquí escrito que tú me enseñaste a jugar al ajedrez y mis primeras palabras en inglés.
Me enseñaste que los adultos también tienen picardía, cuando era yo una niña y la creía toda mía.
Me enseñaste que vale la pena volver a casa por un camino más largo... Y así me enamoré por primera vez.

No cambiaste tanto, sabes? Al fin y al cabo siempre fuiste independiente, guasón, despreocupado y algo sinvergüenza. No dejé de reconocerte jamás, escondido tras tus ojos claros y el silencio.

Así te llevo en la memoria. Con las manos enbolsilladas, tu inseparable boina gris y la mirada seductora que siempre acompañaba a tu sonrisa.
Todo lo demás lo borrará el tiempo de mis recuerdos. Por innecesariamente doloroso.

Allá donde ahora paseas, seguro que guardas en tus bolsillos caramelos de menta.