viernes, 27 de enero de 2012

La lección aprendida

Muy pocos minutos para hacer muy muchas cosas.
Y de repente toda esta tensión aquí dentro...

No sabría cómo explicarlo de nuevo. Porque ya no tengo ganas y porque por el camino perdí la rabia y la indignación que podrían darme la fuerza justa para poner cada palabra, cada gesto, cada golpe en su perfecto lugar.

No. Ya no quiero explicarlo más.

Y que ya no eres el dolor... Pero eres la lástima.
Esa clase de lástima que está como dormida, que pasa inadvertida. Esa que surge, de repente, con una canción que nos regalamos, con una sensación que sólo sentí a tu lado, con el olor que de tus movimientos se deprendía.
Esa lástima controlada y ya sometida, que no tiene fuerza para arrancarme las ganas de lucharte.

Me rendí a regañadientes. Obligada, abofeteada.
Me rendí como una niña se rinde ante un padre grande, autoritario, terrorífico.

Eres la lástima que me queda. Y la lección aprendida.
La responsabilidad es soportable. La culpa no.
Que tengas suerte... Y fuerza.

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