domingo, 9 de diciembre de 2007

Con olor a mandarina

Es como entrar y desentrar de una y otra vida. Y que las dos son mías.



Tengo una marca blanca en la uña del dedo corazón, creo que me lo dejé donde no debía al cerrar la puerta. Menuda metáfora macabra.



De la vida de debajo me he traído mucho sueño acumulado, ropa sucia, y las hormonas desmadradas. Y en esta vida de aquí arriba siempre estás más lejos.
Creo que aquí es un poquito más mi sitio, pero no estoy tan segura, y de todos modos mi sitio ahora ya sólo es el lugar en que tú estés.

Soy tus mañanas y tus noches. En el deseo, en la esperanza, en el sentimiento.
Yo quiero ser tu todo, y quiero serlo de verdad. De esa verdad que se toca y se ve de cerca y entonces sí se disfruta y que sólo sabemos valorar cuando ya se ha perdido. Pero es que yo para tí no voy a perderme porque estoy notando que ya no quiero hacerlo más.

Mis letras visten trapos distintos ahora, me he dado cuenta y no sé muy bien a qué se debe. No me preocupa el cascarón, quiero el pistacho.

Mañana después de comernos el nuevo experimento beberemos café con leche (con poco café y mucha leche) en el lugar en el que un día te dije cosas bonitas de otra mujer. Y aún así tú seguiste queriéndome y eso me hace sonreír, y llorar un poco.
Por beber tanto café puede que tenga que regalarle un beso largo a mi niño de ojos azules y pícaros, que es tan grande como yo esperaba.

Puede que sobre las cinco de la mañana abra un poco el ojo izquierdo y te busque...
Cualquier día, ahí te encuentro.

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