Nadie le entendió nunca. Nunca.
Despertaba curiosidades infinitas en aquellos que se cruzaban en su camino. Despertaba un cariño, una ternura, insólitos.
Observado, amado e incomprendido andaba por la vida agachando a ratos la cabeza.
Sufrió la soledad del corredor de fondo.
Sufrió la soledad del artista.
Sufrió la soledad del que trepa hasta la puntita del pelaje del conejo.
Sufrió tantas soledades, tantas rodeado de tanta gente, que no pudo ser de otra manera su final.
Murió solo. Murió tan solo, que ni siquiera la muerte fue en su busca.
Y nadie, nadie, le entendió nunca.
jueves, 8 de noviembre de 2007
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1 comentario:
Demasiado triste, aunque no deja de ser una historia otoñal. Quizas el problema sea que mal entendemos el concepto de soledad.
Un saludo, alguien que postea
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