sábado, 27 de octubre de 2007

Sal. Sodio. NA

El otro día me sangraba el labio, y tú no me habías mordido. Ya hace frío.

Siento ganas de andar en bicicleta, con la luz del sol, con los brazos en cruz, pedaleando suave y cerrando los ojos. Sin peras ni camiones que rompan el equilibrio. Sin llantos.

He descubierto un lugar nuevo donde vivir, tiene un trocito del mismo mar con un azul distinto y un sentimiento de recogimiento que supongo sólo mío. Llegué por el aire, arrastrada por el viento que me secuestró mientras dormía, cuando por fin dormía.

Recuerdo una promesa. Recuerdo dos promesas, una es tuya para mí, la otra es mía para tí. Las recuerdo bajo el sol de este octubre, junto al puerto que nos vio comer fresas y besarnos mil veces. Junto al mar encerrado en muelles, mientras se acababan las aceitunas griegas, las más caras de la tienda. Mientras yo descansaba en tu regazo y tus manos eran mi paz, y nuestras palabras se volvieron compromiso y sentí ese miedo que me hizo tan feliz.

Aún no me acostumbro a estos días tan azules y tan fríos a la vez. Que las huellas ya no se me quedan calentitas cuando me vuelvo, y me cuesta tanto salir de casa... Aún no me acostumbro a no volver a verte, ni me acostumbro a no entender por qué. No me acostumbro a que haga más de un mes de tu exigencia no cumplimentada, y a que te sea tan sencillo ausentarte en esta vida mía.

Las letras se quedan a veces en mis libretas y se niegan a pasar por aquí.
Tienes razón cuando dices que he crecido mucho, pero me pongo muy triste. Tú me diste la mano tantos años... Y me vi tan sola sin tí...
Aún a veces quisiera esconderme entre tus brazos cuando algo me asusta. Mi casa...

Para estas navidades, que ayer me dijeron que están a punto de llegar, sólo quiero que cada día nos queramos más.

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